El cerebro en una cubeta

01 El cerebro
en una cubeta
Imaginad que un científico diabólico hubiera sometido
a un experimento a un ser humano. Se habría extraído del
cuerpo el cerebro de la persona y colocado en un recipiente
con nutrientes que mantendría con vida el cerebro.
Las terminaciones nerviosas estarían conectadas a una
computadora super científica capaz de provocar en la
persona la ilusión de que todo es completamente normal.
Parecería haber gente, objetos, el cielo, etc.; pero en
realidad todo lo que la persona experimentaría sería el
resultado de impulsos que van desde la computadora hasta
las terminaciones nerviosas.
¿Se trata de una pesadilla de ciencia ficción? Tal vez, pero eso es
exactamente lo que diríamos si fuéramos un cerebro metido en una
cubeta. Si nuestro cerebro estuviera en un recipiente en vez de en el
cráneo, cada una de nuestras experiencias sería exactamente igual
que si hubiéramos vivido en un cuerpo real inmerso en el mundo real.
El mundo circundante —esta silla, el libro que sostenéis con las manos,
y las propias manos— forma parte de la ilusión, la poderosísima
computadora del científico introduce en vuestros cerebros los pensamientos
y las sensaciones.
Probablemente no creáis ser un cerebro flotando en una cubeta. Es
posible que la mayoría de los filósofos no crean ser cerebros en cubetas.
Pero no se trata de que lo creamos sino tan sólo de admitir que no
es posible tener la certeza de que no lo somos. El problema es que, si
realmente somos un cerebro en una cubeta (simplemente no podemos
descartar la posibilidad), todas las cosas que creemos conocer del
mundo serían falsas. La mera posibilidad parece minar nuestras pretensiones
de conocimiento acerca del mundo exterior. ¿Existe alguna
forma de escapar de la cubeta?
cronología
c.375a.c. 1637 1644
La caverna platónica El problema del cuerpo Cogito ergo sum
Los orígenes de la cubeta El clásico y elocuente relato moderno
del «cerebro en una cubeta» lo urdió el filósofo norteamericano
Hilary Putnam en su libro Razón, verdad e historia (1981), pero el germen
de la idea se remonta mucho más atrás. El experimento mental
de Putnam actualiza una historia de terror del siglo xvii (el genio maligno
—malin génie—, convocado por el filósofo francés René Descartes
en sus Meditaciones de 1641). El propósito de Descartes consistía
en edificar el conocimiento humano sobre fundamentos inquebrantables,
para lo cual adoptó la «duda metódica» (desechaba cualquier
creencia susceptible del menor grado de incertidumbre). Tras señalar
el carácter engañoso de nuestros sentidos y la confusión propia de los
sueños, Descartes llevó su «duda» hasta el límite:
«Debo suponer ... que algún genio maligno inmensamente poderoso y
astuto ha dedicado todas sus energías a engañarme. Debo pensar que
el cielo, el aire, la tierra, los colores, las formas, los sonidos y todas las
cosas externas son meras ilusiones oníricas que este genio ha inventado
para cautivar mi juicio». Entre los escombros de sus antiguas
creencias y opiniones, Descartes vislumbra un solo punto de certeza
—el cogito— en el que fundar de un modo (aparentemente) seguro la
reconstrucción que se ha propuesto como tarea (véase página 20).
Desgraciadamente para Putnam y Descartes, aunque ambos están haciendo
de abogado del diablo —al adoptar posiciones escépticas para frustrar el escepticismo—, a algunos filósofos les ha impresionado más
su habilidad para plantear el atolladero del escepticismo que sus posteriores
tentativas para salir de él. Apelando a su propia teoría causal
del significado, Putnam intenta mostrar que la escena del cerebro en
una cubeta es incoherente, pero a lo sumo parece conseguir mostrar
que de hecho un cerebro en una cubeta no podría expresar el pensamiento
de ser un cerebro en una cubeta. Efectivamente, demuestra
que el estado de ser un cerebro envasado es invisible e indescifrable
para el espíritu, pero no está claro que esta victoria semántica (si lo
es) consiga resolver el problema relativo al conocimiento.
El escepticismo El término «escéptico» se aplica comúnmente a
las personas con tendencia a dudar de las creencias aceptadas, o habituadas
a desconfiar de la gente o de las ideas en general. En este sentido,
el escepticismo puede caracterizarse como una tendencia saludable o un
ejercicio propio de mentes abiertas que consiste en someter a prueba y
demostrar las creencias comúnmente aceptadas. Un estado mental semejante
suele ser una salvaguarda útil contra la credulidad, pero a veces
también puede desembocar en la tendencia a dudar de todo, con inde- pendencia de las razones para hacerlo. Pero sea «La computadora
bueno o malo, el escepticismo en este sentido co
mún es bastante distinto al escepticismo en senti
do filosófico.
El escéptico filosófico no pretende que no sepa
mos nada (en buena medida porque pretenderlo encuentra sentada
resultaría obviamente contradictorio: no podemos saber que no sabemos nada). La posición es
céptica consiste más bien en cuestionar nuestro sobre el supuesto,
derecho a pretender algún conocimiento. Creemos saber muchas cosas, pero ¿cómo podemos más bien absurdo,
defender esa pretensión? ¿Qué solidez podemos de un científico
ofrecer para justificar cualquier afirmación concreta relativa al conocimiento? Nuestro supuesto los cerebros de los
conocimiento del mundo se basa en percepciones cuerpos de la gente
que nos proporcionan nuestros sentidos, por lo para ponerlos en
general mediadas por nuestro uso de razón. Pero una cubeta llena de
¿acaso esas percepciones no se encuentran some- nutrientes.» tidas en ocasiones al error? ¿Podemos estar completamente seguros de que no estamos sumidos hilary Putnam,1981
en una alucinación o en un sueño, o de que nuestra
memoria no nos tiende trampas? Si la experiencia del sueño es indiscernible
de la experiencia de la vigilia, nunca podremos tener la
certeza de que algo que pensamos que es, sea de hecho (ni de que lo
que consideramos cierto lo sea). Estas inquietudes, llevadas al extremo,
desembocan en los genios malignos y en los cerebros en cubetas...
La epistemología, el ámbito de la filosofía consagrado al conocimiento,
determina qué sabemos y cómo lo sabemos, e identifica en qué condiciones
algo debe ser conocido para ser considerado conocimiento.
Así entendida, puede concebirse como una respuesta al desafío del escepticismo;
y su historia como las distintas tentativas de derrotar al
escepticismo. A muchos autores les parece que ha habido pocos filósofos
que hayan conseguido vencer al escepticismo mejor que Descartes.
La posibilidad de que en el fondo no exista una vía de salida segura de
la cubeta sigue proyectando una larga sombra sobre la filosofía.
La idea en síntesis:
¿somos cerebros
envasados?

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